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Lecciones de Vida

Katherinne Wollermann, oro paraolímpico: “No estoy hecha para cosas pequeñas”

Katherinne Wollermann, oro paraolímpico: “No estoy hecha para cosas pequeñas”

Una catástrofe. Así describe la deportista los siete meses que estuvo en el hospital esperando un diagnóstico. Hoy, a 12 años de que le dijeran que una mielitis transversa no le permitiría volver a caminar nunca más, Wollermann es la única chilena que ganó medalla de Oro en los Juegos Paraolímpicos de Paris. Esta es su historia.

Por: Sofía Pelfort | Publicado: Sábado 14 de septiembre de 2024 a las 00:00
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"Cuando me dieron la medalla de oro me quedé mirando a mis compañeras: eran la alemana (Edina Mueller) que ya había recibido la medalla de oro en Tokio 2021,  y la ucraniana (Marina Mazhula) que fue seis veces campeona mundial. Las miré y dije: ‘Bueno, yo no soy lo mejor. Somos lo mejor’. Ellas, al igual que yo, lucharon mucho por estar ahí. Les tomé las manos y las levanté porque éramos lo mejor del mundo las tres. Fue muy emocionante. Estaba mi mamá viéndome desde la gradería con todo el equipo de Chile. 

Antes de la competencia, estuve enferma, me dio anemia. Mi cuerpo médico fue el que tuvo que regular la situación. Mi psicólogo, por otro lado, me decía que tenía que tener calma, seguridad y que en mí sólo veía luz. Tenía razón. 

Un deportista convencional diría que sintió nervios. Yo los sentí porque todos los sentimos, pero ¿cómo los uso? De la mejor manera: manteniéndome en una situación de tranquilidad interna. No se trataba de la mejor competencia, sino del mejor entrenamiento. Lo había hecho ya tantas veces en mi vida, que para mí ya era como una más. 

Este triunfo es un antes y un después. Te conviertes en un líder para todas las personas que vienen detrás y un referente para quienes quieran iniciar en algo. Eso es lo que me tiene más contenta.

“No me gusta estar quieta”

Mis padres eran muy estrictos y de mucha disciplina. Desde chica mi papá me inculcó el deporte y mi mamá todos estos mecanismos para poder desenvolverme. Creo que ella es una persona muy fuerte y me ha transmitido este impulso por la vida y cada día querer ser mejor. 

Durante mi infancia no estuvieron tan presentes porque mi padre trabajaba en la siderúrgica Huachipato y mi madre también se dedicaba mucho a trabajar en distintas cosas. Sin embargo, siempre nos condicionaron con el tema de las notas, de los paseos, de querer salir, de hacer cosas. Eso fue lo que nos hizo crear hábitos, rutinas y a ser quien soy hoy en día.

Siempre fui muy hiperactiva. No me gusta estar quieta. Cuando niña hice muchas cosas: folclore, atletismo, básquetbol, natación. Mi mamá me mantenía metida en todos los deportes que podrían haber existido. Creo que era una forma de mantenerme tranquila. 

Cuando salí del colegio, quería estudiar enfermería o algo relacionado con la salud en la Universidad de Concepción. Pero desistí de esa idea y me puse a trabajar. Recuerdo que estuve en almacenes, confiterías y en varios lugares. Trabajé, trabajé y trabajé. También hice muchas cosas como voluntariados, talleres de liderazgo, fotografía. Después, se produjo el desenlace. 

En febrero de 2012 caí en el hospital. Yo pensé que era una inyección y me iría a mi casa porque era un resfrío. Caí grave a la UCI y nadie sabía qué pasaba. Yo estaba realmente enferma. Pasé por muchos diagnósticos y miles de exámenes. Frente a eso, solamente me quedaba la bien utilizada palabra paciente. El concepto de ser paciente era que el que me resguardó en ese proceso y no me quedó de otra que esperar y serlo. 

En este tiempo, el hospital estaba en construcción y yo no sabía si era de día o noche. Había una tela que cubría todo; sólo veía la luz de la electricidad de arriba y una ampolleta. Lo único que me importaba en ese momento era que iba a salir, que iba a ver un árbol y el sol. 

Me acuerdo que salí del hospital en Concepción, ya con un diagnóstico, o pseudo diagnóstico mal errado, y lo primero que veo es un árbol y el sol que me dio en la cara. Había olor a pasto húmedo también. En ese momento, me dije: ‘Yo no salí de aquí para ser la misma que era antes’. Y ahí llegaron las oportunidades. 

Como en el Hospital Regional de Concepción no me dieron un diagnóstico, tuve que ir a Santiago al Hospital Clínico de la Universidad Católica. Me analizaron como 10 neurólogos, me hice mil exámenes más.

El neurólogo me dijo que tenía dos noticias: la buena era que tenía mielitis transversa cervical infecciosa aguda. La mala era que no iba a caminar nunca más. Me acuerdo que cuando salimos del hospital con mi mamá, ella a pie y yo en silla de ruedas, ella me dijo: ‘Hija, la vida no se acaba aquí’. 

Sentí rabia, pena, frustración, lamentación, victimización, Todas esas palabras describen a una persona con discapacidad adquirida, o por lo menos para mí fue así de duro.

“Me fui construyendo a medida que avanzaba con el canotaje”

Yo veía los Juegos Olímpicos por la tele cuando era chica. En esa época no había transmisiones de los paralímpicos aún. ¿Y si me preguntan si me imaginé estar ahí? No, la verdad es que no. Cuando adquirí la discapacidad por mi mente no pasaba nada. Quería estar encerrada, no quería salir, tenía miedo de cómo me miraban. Después, cuando el deporte apareció en mi vida se abrió una puerta gigantesca y ahí me quise quedar.

Entré a la Teletón en Concepción y fui a mis primeras paraolimpiadas en Santiago. Me inscribí en atletismo, natación, tenis de mesa. Saqué seis medallas de oro. Me empezaron a llamar de velerismo, de surf y probé todo hasta que llegué al canotaje. 

En el canotaje no cualquiera se puede subir a un barco, menos con una lesión medular. Entonces, subirme al kayak fue mi primer desafío. Estuve un mes. Un mes en el que iba solamente a subirme y caerme; luego, logré mantenerme con las manos; después era subirse, mantenerse, dar la primera remada y así. Me fui construyendo a medida que avanzaba con el canotaje. Era mi rehabilitación, mi proceso, mi propio desafío. 


Cuando logré remar, el viento me botaba una y otra vez. De alguna forma, la vida es así; de repente hay circunstancias que te van derribando y hay que enfrentarlas, crear habilidades para ir subsanando. Eso es lo que me dio el canotaje, que hoy me tiene en la orbe, pero que fue todo un proceso para hasta donde estoy hoy en día. 

Fui a mis primeros juegos sudamericanos en marzo de 2013 y a los seis meses, estaba en el Mundial de Alemania. Mi carrera se disparó y yo no me iba a detener, no me iba a bajar. Le comenté a mi entrenador de ese tiempo que iba a clasificar a los Juegos Paralímpicos de Río. Me respondió que yo no tenía las habilidades ni las capacidades para hacerlo. Y le dije: ‘Si tú no quieres ir, yo voy sola’. Y clasifiqué. Desde ahí me digo que no estoy hecha para cosas pequeñas, y aquí estoy”. 

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